Puede que no haya nada tan terrorífico y amenazador como la noche, reminiscencia lejana de los terrores de nuestra frágil y angustiosa existencia en las cavernas. La Noche es una de las deidades más temidas en la antigua Grecia; madre de innumerables males, entre su progenie se encuentran la Muerte, los Sueños, y las divinidades violentas que provocan matanzas, odios y desórdenes. La noche envuelve a las potencias amenazantes, de ella surgen las aves agoreras, lechuzas y cuervos; es el hogar de brujas legendarias como Mormo y Lamia. Las criaturas de la noche tienen una extraordinaria facultad para la metamorfosis, y por tanto para crear la confusión.
Los
autores más racionalistas de la Antigüead abogaban por las causas naturales de las
visiones tenidas en sueños o durante una vigilia larga y voluntaria.
Aristóteles relacionó las visiones y los sueños proféticos con
causas perfectamente naturales, con problemas con la percepción. En
El tratado de la adivinación mediante el sueño, los
ensueños se fundamentan en la experiencia. La ausencia de
conocimiento consciente, la ausencia de voluntad, es lo que hace que
se tengan sueños considerados proféticos por débiles mentales,
melancólicos y extáticos. Lucrecio ( Sobre la naturaleza)
plantea que la mente puede fallar:
“Debilitados
por la enfermedad, o sepultados por el sueño, llena de pavor nuestra
mente, hasta hacernos creer que oímos y vemos cara a cara a seres
que han afrontado ya la muerte y cuyos huesos abraza ya la tierra”.
Sin
embargo el juicio racionalista no fue el mayoritario. Más extendida
parecía estar la creencia de que los seres malignos de la
noche adoptan la forma de animales malignos y dañinos, Aristófanes
(Ranas) recuerda las facultades de la temible Empusa, “antes era un
buey, hace un momento un mulo, y ahora es una mujer guapísima...
ahora es un perro... todo su rostro resplandece de fuego”.
Nadie
se expondría en solitario al peligro de la noche. Pero hay ciertas
ocasiones en que es inevitable, como en el velatorio de un difunto
(destinado a proteger al cadáver de ser profanado o mutilado),
descrito por Apuleyo (Asno
de oro) y que tiene
lugar en Tesalia, región infestada de brujas, de la que el poeta
Horacio menciona sus famosos sueños, terrores mágicos, milagros,
brujas, fantasmas nocturnos y portentos.
Durante
la guardia fúnebre, en la que queda vigilante una persona en
solitario, ocurre que una de estas brujas adopta la forma de una
animal dañino: “Yo me encuentro ya completamente dominado
por el pánico cuando, de repente, una comadreja que se ha deslizado
subrepticiamente se detiene frente a mí y fija en mí una mirada
tan sumamente penetrante que el diminuto animal, con su desmedida
confianza en sí mismo, consigue turbar mi espíritu”. La
desdichada vigilia acaba, como es sabido, con el joven horriblemente
mutilado por las brujas.
La
noche es igualmente peligrosa para los siervos de Cristo, San
Atanasio cuenta en la Vida de Antonio cómo los diablos atacan
de noche al santo anacoreta y adoptan también formas de animales:
“Al Diablo le es fácil transformarse para hacer el mal. Y así, de
noche hicieron tanto ruido que todo el lugar parecía moverse.
Parecía que los demonios, como si rompieran las cuatro paredes del
pequeño habitáculo, entraban a través de ellas transfigurados en
imágenes de animales salvajes y de serpientes. Y al momento el lugar
se llenó de imágenes de leones, osos, leopardos, toros, serpientes,
víboras, escorpiones y lobos”.
La
Noche atemorizaba al mismo Zeus, y el propio Cristo tuvo que experimentar el
máximo terror de su existencia humana durante la noche en Getsemaní.
Solo y envuelto en la noche “suda gotas de sangre” pregunta a sus
discípulos “¿por qué dormís?” para no obtener respuesta, tan
sólo la certeza de “que ha llegado mi hora”. Sacerdotes,
adivinos, profetas, artistas y psiquiatras han sido los involuntarios
siervos de la noche. Los antiguos miedos infantiles continúan en las
pesadillas del adulto al igual que el terror primitivo continúa en
las zonas de sombra de la civilización moderna. La noche es la región romántica por excelencia, el surrealismo y el psicoanálisis verán en la angustia del sueño la fuente del verdadero conocimiento. El sueño, la noche
y sus símbolos continúan enviando también hoy oráculos desde sus
remotas regiones situadas en las profundidades insondables que hay
bajo los párpados.