domingo, 19 de enero de 2014

Medianoche en una región remota


Puede que no haya nada tan terrorífico y amenazador como la noche, reminiscencia lejana de los terrores de nuestra frágil y angustiosa existencia en las cavernas. La Noche es una de las deidades más temidas en la antigua Grecia; madre de innumerables males, entre su progenie se encuentran la Muerte, los Sueños, y las divinidades violentas que provocan matanzas, odios y desórdenes. La noche envuelve a las potencias amenazantes, de ella surgen las aves agoreras, lechuzas y cuervos; es el hogar de brujas legendarias como Mormo y Lamia. Las criaturas de la noche tienen una extraordinaria facultad para la metamorfosis, y por tanto para crear la confusión.




Los autores más racionalistas de la Antigüead abogaban por las causas naturales de las visiones tenidas en sueños o durante una vigilia larga y voluntaria. Aristóteles relacionó las visiones y los sueños proféticos con causas perfectamente naturales, con problemas con la percepción. En El tratado de la adivinación mediante el sueño, los ensueños se fundamentan en la experiencia. La ausencia de conocimiento consciente, la ausencia de voluntad, es lo que hace que se tengan sueños considerados proféticos por débiles mentales, melancólicos y extáticos. Lucrecio ( Sobre la naturaleza) plantea que la mente puede fallar: “Debilitados por la enfermedad, o sepultados por el sueño, llena de pavor nuestra mente, hasta hacernos creer que oímos y vemos cara a cara a seres que han afrontado ya la muerte y cuyos huesos abraza ya la tierra”.

Sin embargo el juicio racionalista no fue el mayoritario. Más extendida parecía estar la creencia de que los seres malignos de la noche adoptan la forma de animales malignos y dañinos, Aristófanes (Ranas) recuerda las facultades de la temible Empusa, “antes era un buey, hace un momento un mulo, y ahora es una mujer guapísima... ahora es un perro... todo su rostro resplandece de fuego”.
Nadie se expondría en solitario al peligro de la noche. Pero hay ciertas ocasiones en que es inevitable, como en el velatorio de un difunto (destinado a proteger al cadáver de ser profanado o mutilado), descrito por Apuleyo (Asno de oro) y que tiene lugar en Tesalia, región infestada de brujas, de la que el poeta Horacio menciona sus famosos sueños, terrores mágicos, milagros, brujas, fantasmas nocturnos y portentos.
Durante la guardia fúnebre, en la que queda vigilante una persona en solitario, ocurre que una de estas brujas adopta la forma de una animal dañino: “Yo me encuentro ya completamente dominado por el pánico cuando, de repente, una comadreja que se ha deslizado subrepticiamente se detiene frente a mí y fija en mí una mirada tan sumamente penetrante que el diminuto animal, con su desmedida confianza en sí mismo, consigue turbar mi espíritu”. La desdichada vigilia acaba, como es sabido, con el joven horriblemente mutilado por las brujas. 

La noche es igualmente peligrosa para los siervos de Cristo, San Atanasio cuenta en la Vida de Antonio cómo los diablos atacan de noche al santo anacoreta y adoptan también formas de animales: “Al Diablo le es fácil transformarse para hacer el mal. Y así, de noche hicieron tanto ruido que todo el lugar parecía moverse. Parecía que los demonios, como si rompieran las cuatro paredes del pequeño habitáculo, entraban a través de ellas transfigurados en imágenes de animales salvajes y de serpientes. Y al momento el lugar se llenó de imágenes de leones, osos, leopardos, toros, serpientes, víboras, escorpiones y lobos”.

La Noche atemorizaba al mismo Zeus, y el propio Cristo tuvo que experimentar el máximo terror de su existencia humana durante la noche en Getsemaní. Solo y envuelto en la noche “suda gotas de sangre” pregunta a sus discípulos “¿por qué dormís?” para no obtener respuesta, tan sólo la certeza de “que ha llegado mi hora”. Sacerdotes, adivinos, profetas, artistas y psiquiatras han sido los involuntarios siervos de la noche. Los antiguos miedos infantiles continúan en las pesadillas del adulto al igual que el terror primitivo continúa en las zonas de sombra de la civilización moderna. La noche es la región romántica por excelencia, el surrealismo y el psicoanálisis verán en la angustia del sueño la fuente del verdadero conocimiento. El sueño, la noche y sus símbolos continúan enviando también hoy oráculos desde sus remotas regiones situadas en las profundidades insondables que hay bajo los párpados.